Perdona, luna amiga, que esta noche me encuentres tan ojos de vino y tan parné en este pastizal, pero ya me conoces el talle cuando ando por soleares y sin saber a dónde quieren llevarme estas botas hambrientas de tierra.
Mi hermana duerme como un sauce –siendo aserrado- y mis dedos pican por florear entre cuerdas doradas. Pero maldita burla de un sátiro, tuve que arrojarle mi bandurria a un jabalí de malos humores, o bien diría mumakil maquillado, que por poco nos alcanza y riega el bosque con nuestros huesos. Dónde habrás estado, luna amiga.
Pero no te preocupes, no pasa más que silencio. Cuando no tengo el trino de mis cuerdas, recuerdo. Entonces miro a Terari y nos descubro ya expulsados de la cobija del mundo y nos siento payos a donde sea que vamos. Tú nos viste aquella noche en que la sangre cubrió las cortinas de la carpa familiar en esa tormenta de navajas, cuando estos primos repentinamente se supieron hermanos. Aunque tengo que admitir que siempre que acercaba mis ojos a los de ella era como ensimismarme a la orilla de las lagunas. Quién lo diría, huérfanos y solitos desde churumbeles, y mellizos al cruzar el umbral de los años mozos. Qué más podíamos hacer esa madrugada, si ya no quedaba nadie vivo que nos protegiera y ambos clanes empuñaban las blancas para quitarnos las orejas y los misterios que hay en ellas.
Tuvimos que seguirte, luna amiga, para que algún día nos cuentes qué viste antes de nuestro nacimiento y en esos años que escapan de nuestra memoria.
Bahía es una bendición de encuentro, de a poco el camino nos fue volviendo primos y cuando se le da por contar sus cantos élficos me siento vestido de otra piel que, aunque es algo incómoda al principio, de a poco comienza a ajustarse a mi silueta.
Hace bien hablarte, estoy más tranquilo. Mantente alta y viajera, luna amiga, al aire la vela, porque si mis manos alguna vez te alcanzan harían de tu corazón un fado para chavorrillos y mil anillos blancos.
Es tiempo de dormir. Mañana tendré mis cuerdas y tu noche se poblará de peces.
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