Una nana de césped nos acuna a todos esta noche, se cuela en el tejido de nuestra piel y nos envuelve en un ensueño que pretende llevarnos. Y sin embargo nadie duerme, lo sé. Incluso de espaldas a mi hermano puedo sentir sus intentos de conjuro bandido, puedo ver el color de sus susurros, esos que piden al cielo un instrumento para dormir sirenas. Incluso lejos de Bahía todavía siento el perfume de su magia. Y sé que ella, pequeña madrecita, que nos tira de las orejas ante nuestras ocurrencias de niños, ella tampoco duerme. Y es que ¿qué se puede hacer con estas almas de arlequines que nos poseen a los tres? ¿Cómo sería posible dormir con una romería incesante debajo de la almohada?
No es posible, así que me levanto acariciandome la oreja con la mano, Daerwyn me observa sin preguntarme nada, él conoce muy bien las quejas de mis pies intranquilos y de mi memoria nublada. Él árbol más cercano brilla y espera que vaya a sentarme a su lado. Pero yo me he quedado sin historia que contarle. Manos blancas que me sacan del río, un puñal que intenta caer sobre mi pecho de niña, piecitos descalzos volando sobre el suelo de un bosque acompañando su danza de fuga con un reír de pandereta. Son los únicos condimentos que puedo darle a tu noche, árbol.
Un momento, he encontrado algo más en la caja. Una nana de césped que nos acuna. Recuerdo la voz de mi madre mientras me arrullaba, ¿ o sería mi abuela? ¿ o mi tía?, maldito espectro que no apareces y vienes en la noche a bailar con mi voz, cantando una nana que empieza así: "soltar todo y largarse, qué maravilla..."
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